Señor de Celontla - Cristo de los mineros-
Los aldeanos realmontenses han tejido ricas leyendas alrededor de una imagen de Jesús, el Buen Pastor, a quien cono-cen por el Nombre de Señor de Celontla. Del adverbio “Cel”, “solo”, y de “Ontla”, “companía”, (vocablos nahuas), literalmente puede resultar “la sola compañía”; pero como todas las traducciones deben hacerse más que de palabra a palabra, de pensamiento a pensamiento, el significado en castellano no puede ser más preciso, que el de “compañero”; y si Celontla es el Señor de Celontla, entonces la advocación completa resulta así: Jesús, el Buen Pastor, mi compañero. ¡Agradable sorpresa!
La escultura, tafia sobre madera de encino, parece corresponder —aun cuando se llegara a descubir su origen completamente mexicano—, a la escuela andaluza y barroca del siglo XVII. De tamaño natural, representa justamente al Buen Pastor, y en sus facciones destacan los ojos ligeramente rasgados, la nariz recta y noble, los labios delicadamente carnosos y moreno de piel. La mirada dulce y melancólica. Sombreada por los arcos perfectos de las cejas. De pie, parece en actitud de caminar y lleva al hombro un blanquísimo cordero de viva mirada, sostenido por la mano izquierda; al mismo tiempo parece acariciarlo con ternura. Entre el brazo derecho lleva un alto cayado. Las manos son fuertes, anchas y de largos dedos, como de hombre rústico, del campo. Las exageraciones amorosas del pueblo han completado una vestimenta curiosa, la que le ha sido cambiada vanas ocasiones durante los tres siglos de su existencia. Túnica y manto no le han faltado jamás, desde luego; pero luce con aditamentos regionalistas en grado superlativo: un sombrero como los usuales, aun en tiempos recientes, de los trabajadores mineros: alas anchas, copa redonda y breve, el que le mudan al revestirlo cuando es necesario; y del antebrazo derecho pende una lámpara de carburo, también instrumento indispensable en las labores dentro de las minas.
Las llagas sanguinolentas que presenta, hace, no obstante, pensar en un Ecce Horno.
La escultura pudo haber sido encargada por alguna familia linajuda, allá en España, llegada a la Provincia del Pánuco, de donde, según cuenta la leyenda, fue trasladada con destino a la capital del virreinato, custodiada por varios hombres quienes al pasar por “…el Real, al que dicen del Monte”, pidieron posada en la casa de un caballero dicho don Nicolás Munguía, cansados por la fatiga del viaje.
Ese señor les concedió hospedaje y al día siguiente, cuando los viajeros dispusieron la continuación de su marcha, al cargar la imagen “pesaba tanto que no pudieron moverla del sitio en que estaba colocada”; así tuvieron que permanecer varios días en un esfuerzo por levantar la escultura, sin con-seguirlo. Convencidos de cómo Real del Monte había sido distinguido por el destino, para asiento del “Cristo”, se regresaron apesadumbrados a su tierra de origen por no haber podido cumplir con el encargo; y el Mineral se convirtió en el custodio definitivo de la imagen, con el deber, por supuesto, de levantar una capilla para exponerla públicamente.
Esta historia, en cuanto a leyenda, es similar a tantas otras de Hispanoamérica; pero lo original de su existencia, lo da el propio pueblo, al cual corresponde. Actualmente, dicha extensión arquitectónica, como no sea casi la de mera utilidad, en la esquina de la calleja de Morelos y de la calle principal: la Hidalgo.
De informaciones orales o por los “exvotos”, los que tapi zan uno de los muros de la iglesita, ofrezco este racimo de leyendas:
Se cuenta, cómo dos caminantes iban de la mina “Dolores” hacia una casita en la ladera del Cerro del Judio, presurosos, porque uno de ellos había ido a informar al otro de la suma gravedad de su mujer, casi agonizante; mortificados caminaban cuando sin reparar en la compañía, no eran ya los dos, sino tres personas; y el que no era siquiera familiar les habló con dulce voz, dándoles confianza, advirtiéndoles que la enferma había sanado. Cuando los caminantes contemplaron a quien hablaba, notaron la imagen del Señor de Celontla, tal y como podía verse en su capilla. Después se esfumó paulatinamente, como ocurrió con los peregrinos de Emaús.
Otra leyenda: dentro de la mina “Sacramento” un descuido ocasionó que tres mineros se percataran de la proximidad de una explosión, la cual no daba oportunidad para escapar de muerte segura; uno de ellos invocó el nombre nahuatl del Buen Pastor, quien dejó verse, y a pesar de haber sobrevenido la catástrofe, los tres se salvaron por circunstancias “milagrosas”.
Dos “exvotos” dicen a la letra; el primero: En el día 15 de Octubre del año 1788 presedio a Dña. Josefa Matilde Lozano estando en el Rancho que posee yamado “Alchololla” llegado al acsidente de averle mordido un perro Contagiado de mal de Ravia y abiendo invocado a Sor que se Benera en el Real del Monte quedó vuena y sana a dar gracias a Dios para eterna memoria”. El segundo: En ano de 1788 en el mes de Febrero estando en la Real Acordada, creta sin esperanza a salir y encomendándome a Jesús y Sr. San Antonio se ve libre. La Real Acordada era la temible gendarmería durante el virreinato.
El Señor de Celontla tiene su fiesta y su folclor..El veinte de enero en su día tradicional. Entonces hay juegos piro-técnicos. De chiquillo gocé estos episodios, los cuales naturalmente me acercaron al sentimiento popular, aunque a ve-ces contradictorio. A las doce horas se celebra una misa solemne en la capilla y la gente a la salida puede adquirir “pastes”, tamales, aguas frescas, atoles. Papel picado multicolor, llegado de Santa Ana Tianguistengo, adorna casas y puestos; se tienden cordeles y listones en las calles, de balcón a balcón por cada tramo.
De esta tradición religiosa y pagana, ha surgido otra costumbre no menos curiosa: los “Compadrazgos de Cajoncito”. ¿Cómo eran o cómo son? La fecha es propicia para bautizos y presentaciones especiales de niñas y niños, casi siempre recién nacidos o enfermizos: la creencia en algún milagro especialmente realizable durante los festejos. Los padres convidan a parientes o amigos para la aceptación a ser “compadres de Cajoncito”; y el nombre proviene del uso de un auténtico cajón forrado de seda, puesto a los pies de la imagen escultórica. Una formación de padres y padrinos esperan su turno, sosteniendo cada quien a su crío, para depositarlo como ahijado en el cajón, al tiempo en el que el padrino correspondiente debe decir un rezo al “dulce Jesús” y portar un cirio encendido. Tantos apretujones, apresuramientos y niños colocados, ocasiona frecuentemente muchos inciden-tes. además de impedir la expresión normal del rezo el cual resulta en consecuencia, sin sentido y sin sentimiento: atro pellado, violento, vertiginoso. El bebé colocado en el tal ca joncito se mete bajo la túnica del “santo” con el natural llora desesperado del pequeño, a causa, ya del bochorno, como di la obscuridad, porque la punta de la túnica debe hacer las ve ces de palio protector. La observación pícara de los mineros hace decir cosas que a otros parecen blasfemias; este es II ejemplo: “con razón lloró m’hijo al meterlo debajo de la tú nica, ¡las cosas que vería el pobrecito!”
Los novios también se acogen a la devoción popular y ha cen votos como el de estos versos:
¡Santo Señor de Celontla que cargas tu borreguito, yo te prometo un retablo si ella me quiere tantito…!
Fuente: Tradiciones y leyendas hidalguenses
Luis Rublúo